Durante el reinado de Felipe IV el teatro se representaba para la realeza y la aristocracia en salas y escenarios a la italiana, como los habilitados en el Real Alcázar de Madrid y el Palacio del Buen Retiro, y en corrales de comedias ante un público variopinto.
Donde hay agravios no hay celos, obra de Francisco de Rojas Zorrila estrenada en 1637, saltó de las primeras a los segundos y no se apeó de todo tipo de escenarios hasta el siglo XIX. En el siglo XVIII fue el texto del autor que más resonó en Madrid: se realizaron con él casi 200 montajes diferentes.
La Companía Nacional de Teatro Clásico lo ha recuperado en su sede temporal (ya queda poco para que reabra el Teatro de la Comedia, dicen desde hace mucho), el Teatro Pavón, un marco art decó por fuera y ni fu ni fa por dentro que no te pone en situación.
Helena Pimenta, la directora de la CNTC, ha elegido una escenografía típica del siglo XVII (más de corral que de palacio), para esta versión de la obra realizada por Fernando Sansegundo, uno de sus intérpretes. Comienza la función con casi todas las butacas ocupadas. Entonces conocemos los agravios y los celos de un noble y soldado que llega a la corte para casarse y a quien le surge la posibilidad de vengar una ofensa a su hermana y de descubrir si su prometida le es fiel. Se suceden los enredos bajo las convenciones de las comedias de la época hilvanados por un verso ágil y eficaz, bien restaurado.
A recursos que entonces se utilizaban para mantener la atención de la audiencia, como las canciones y los combates a espada, se les han aplicado filtros diferentes: por ejemplo, cuando los personajes cantan se producen coreografías e iluminaciones propios de un tipo de dramaturgia contemporáneo y cuando pelean, lo hacen como desde siempre, apartes incluidos.
En la misma línea, Pimenta ha decidido utilizar tonos diferentes para definir las interpretaciones de los actores. Entre los extremos marcados por el histrionismo gestual y de timbre de Clara Sanchis, que muestra una versatilidad asombrosa (pero ¿por qué tenemos que asistir a toda su amplitud?); y la templanza y la proyección natural de su voz de Rafa Castejón, por otra parte menos brillante que otras veces (su personaje tampoco le ayuda), quien sale mejor librada es Marta Poveda, que además acapara la modernidad de Rojas Zorrilla respecto al tratamiento de los personajes femeninos y de las clases populares en su teatro: representa con gracia y verdad a una criada inteligente que sabe dirigir sus pasiones y reflexionar sobre los conflictos de los nobles más allá de la bufonada. Y tiene a su disposición un potente soliloquio.
El conjunto genera regustos contradictorios, una sensación de paisaje mezclado. Y al final, como literalmente no podría ser de otra forma en cualquier versión de una obra del Siglo de Oro, el honor se resuelve al gusto de los primeros espectadores de la obra, los reyes y compañía, y se restablece el orden social. Quienes copaban el patio de los corrales de comedias (que eran gestionados por cofradías religiosas) celebraban con aplausos el sentido común acrítico que les inculcaban. Pero Rojas Zorrilla (y otros) les abría resquicios para burlarse de los arquetipos o figurones que creaba y mirarse en el nuevo retrato de las mujeres y el pueblo llano que proponía.
El público de hoy ríe y aplaude, lo pasa bien. Nos animamos a suponer, con mil perdones por delante, que el sentido común de muchos de los que lo conforman les lleva a creer que asistir a una representación de teatro clásico es una de las opciones de ocio cultural más apolíticas a su disposición.
Hasta el 14 de diciembre de 2014. 20 € entrada general. 10 € los jueves y las entradas con descuento.
Horario:
De miércoles a sábados: 20:00 / Domingos: 19:00.
Teatro Pavón, calle de Embajadores, 9.