En Madrid hay barrios a los que les pasa como a muchos parados de hoy en día: a tiempo parcial, no lo son. El mejor ejemplo es El Rastro, que solo los domingos y festivos se convierte en un mercado de lo que haga falta (o no) y además, como a cualquiera de esos parados de hoy en día, oficialmente no se le considera como lo que es.
El Rastro, al igual que Lavapiés, está diluido por orden del Ayuntamiento en el barrio de Embajadores. La analogía con la situación de los casidesempleados la dejamos aquí, que hace muy buen día.
Hay comercios tradicionales que son comercios de barrio y otros que no lo son. Por público, ubicación y, sobre todo, forma de llevar el negocio. Visitamos en El Rastro un comercio tradicional y de barrio, la panadería del número 2 de la calle de la Ruda.
Fuera, gresite y rótulo pintado.
Dentro, al otro lado del mostrador de mármol, un tenderopropietario que hace como que remolonea antes de explicarse con ganas. Dice que la panadería es de principios del siglo XX. También, que su primer antecesor hizo que grabaran sus iniciales, ASA, en el paso a la trastienda. Y que parte del mobiliario y las molduras son las originales.
Muchas veces, desde que adquirió el establecimiento hace más de 30 años, le han recomendado que cambie esto y lo otro. Él prefiere dejarlo todo, en la medida de lo posible, como se lo encontró. De esa manera, los vecinos de siempre se reconocen en el hábito de comprar aquí el pan.
Nos da una barra, que es industrial, como la bollería que despacha, pero pintona; decidimos en el último momento y más bien porque sí que los fluorescentes no enturbian el ambiente años 20 y 50-60 del local y salimos a darle más vistazos al señor barrio de El Rastro.
Panadería
C/ de la Ruda, 2.